de Fernando Murano
Las cosas no
iban bien, llegamos al mundial de México colgados del estribo. No sé si se
acuerdan el final de las eliminatorias. El gol de Passarella a Perú, que en
realidad fue de Gareca, que empujó un tiro cruzado del Káiser cuando sólo
faltaban 8 minutos, nos salvó de quedarnos afuera del mundial.
Duramente
cuestionado por la crítica, el Narigón se llevó al equipo a tierras aztecas
antes de que ningún otro equipo del mundo ni siquiera hubiese reservado el
hotel. Sabía que necesitaba compenetrar a los jugadores con sus ideas tácticas,
aquello que no había podido hacer en los cuatro años previos. Tenía que
convencer a Diego de que fuera el D10S del fútbol mundial, el Maradona eterno, aquel
que sería recordado por siempre. El segundo objetivo era lograr que todos y
cada uno de los jugadores estuviesen alineados hacia un mismo objetivo,
compenetrados con su visión del fútbol. Creo que Carlos Salvador, su esposa y
su mamá eran los únicos que estaban convencidos de que podía lograrlo.
El sueño
argentino comenzó un 2 de junio de 1986 en el Estadio Olímpico de la Ciudad de
México. Una débil Corea no fue problema para la Argentina que con autoridad le
metió tres goles aunque los coreanos lograran descontar para decorar el
resultado. Nadie quiso embarcarse aún en quimeras improbables, le habíamos
ganado al equipo más débil del grupo.
Sólo tres
días más tarde llegó la hora de la verdad, enfrente estaba el campeón del
mundo, Italia. Y fue duro nomás. A los seis minutos perdíamos por un penal
pateado por Altobelli. Más de uno pensó que se venía una catástrofe. Fue
entonces cuando “Pelusa” dijo presente. Valdano, desde la media luna del área,
inventó un pase mágico de emboquillada que encontró a Diego ganándole la
espalda al defensor azzurro y, como si estuviera en el Colón, dibujando un paso
de ballet, se suspendió en el aire para darle una cachetada al balón Azteca y vencer
a un paralizado arquero italiano. Fue empate, pero las sensaciones empezaban a
ser positivas.
Argentina
tenía que ganarle a Bulgaria para asegurarse el primer puesto del grupo y lo
hizo con la autoridad que requería la ocasión. 2 a 0 y a otra cosa mariposa.
Los octavos
de final nos enfrentarían con los siempre difíciles charrúas. Cincuenta y seis
años habían pasado desde la última vez que lo venciéramos en un mundial. Un
partido de hacha y tiza, de cuchillo entre los dientes, no apto para timoratos
ni pusilánimes. Lo que se dice un clásico. Trabado y con poco juego, Argentina
se lo llevó por la mínima con el gol del “PePePe” (Pedro Pablo Pasculli). Tímidamente
empezaban a encenderse las ilusiones.
El destino
quiso que el siguiente partido fuera el del morbo.
El dolor de
la guerra entre Argentina e Inglaterra estaba muy fresco. Y aunque sabíamos que
sólo se enfrentarían 22 deportistas, nuestro ego chauvinista, herido de
gravedad, o nuestro sufrimiento por los caídos, necesitaba una revancha, un
premio consuelo, una caricia al alma. Y alguien estaba dispuesto a cumplirle el
deseo a un país entero que estaba prendido a los televisores y las radios. La
gloria eterna llamó a la puerta del capitán argentino y este no dudó, la
arrebató para siempre. No dudó en usar la “mano de Dios” para empezar el
trabajo y a los 51’ abrió el marcador. Y por si alguno se enojó por la picardía
criolla, a tan sólo 3’ de la polémica jugada decidió esculpir la mayor obra de
arte tallada en un mundial de fútbol.
Dijo el
relator (calla el escritor): “…ahí la tiene Maradona… lo marcan dos… pisa la
pelota Maradona… arranca por la derecha el genio del futbol mundial… y deja el
tercero y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona!... “¡Genio! ¡Genio!
¡Genio! ¡Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Goooooool... Gooooool...! ¡Quiero llorar!
¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diego Maradona!… ¡Es para llorar perdónenme…!
¡Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos…! ¡Barrilete
cósmico! ¿De qué planeta viniste, para dejar en el camino tanto inglés, para
que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2… Inglaterra
0…¡Diegol…!
Diegol…! ¡Diego Armando Maradona…! ¡Gracias, Dios…! ¡Por el fútbol…! ¡Por Maradona…!
por estas lágrimas… por este… Argentina 2… Inglaterra 0...
¿Después de
este éxtasis futbolero puede quedar alguna emoción más? Sólo te digo, antes de
pasar al capítulo final de esta historia, que busques los dos goles de Diegol —relatados
por Víctor Hugo— con los que dejamos en el camino a Bélgica.
Y el último
capítulo era una parada brava. Había que enfrentar a los tanques alemanes. Por
eso cuando de pronto nos encontramos ganando 2 a 0 los argentinos nos mirábamos
incrédulos. ¿Tan fácil sería? No, no lo sería. Los germanos desplegaron la
fuerza aérea sobre nuestra área y nos empataron el partido. Habría alargue.
Alargue del sufrimiento, alargue de la agonía, alargue de las ilusiones. Y no
fue hasta que faltaban 5’, en que Maradona frotó la lámpara una vez más y dejó
sólo a al gran Burruchaga en una carrera eterna y memorable, hacia el segundo
título mundial.
El doctor
Bilardo, su esposa y su mamá tenían razón. ¡Argentina Campeón del Mundo!
¡Maradona eterno! ¡El D10S del fútbol que ahora nos mira desde el cielo!
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