de un autor anónimo
Dicen que el desierto es el jardín del creador. Los animales y la vegetación escasean para que nada distraiga el pensamiento. Un beduino y su hijo caminaban apaciblemente por el desierto, mecidos por el ritmo de sus dromedarios, cuando el niño le preguntó a su padre:
-Papá… El cielo, ¿por qué es azul?
El beduino pensó durante un momento y respondió:
-Hijo mío, no lo sé…
Continuaron avanzando. Y entonces, de nuevo, el niño preguntó:
-Papá… Y la arena, ¿por qué es amarilla?
Y una vez más, el padre respondió:
-No lo sé.
Avanzaron un poco más…
-Papá… Y el mar, ¿por qué es azul?
-¡No lo sé!
El niño se preocupó:
-Pero papá, ¿te molesta que te haga tantas preguntas?
-No, hijo mío, al contrario –respondió el padre–. Debes hacer preguntas, si no, ¿cómo vas a saber?
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