Encontré en el cuento una vía para expresar mis fantasías, mis sueños y mis inquietudes. El cuento nos da la posibilidad de vivir, compartir, describir, sufrir y disfrutar situaciones que la vida real no nos otorga.

Iré guardando en los en los anaqueles de este almacén, aquellos cuentos que llegaron a mis manos a través de un libro, o por sugerencia de algún lector amigo y que por una u otra razón me conmovieron

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lunes, 21 de marzo de 2011

Bernardo y la fiera del riachuelo (versión revisada)



de Juan Manuel Giaccone (escritor invitado)

PRIMERA PARTE

Cuenta la historia que Bernardo caminaba a la vera del riachuelo hasta que, repentinamente, tropezó con una espeluznante figura.
—Grrr… —bramó la bestia como un toro, escarbando el suelo con las patas.
¡Era la fiera, la fiera del riachuelo! Él estaba al tanto de su particular existencia pero, por los medios televisivos, se decía que habitaba territorios remotos, entre las montañas de Afganistán. Es más, muchos seguidores de la gran bestia deforme sostenían que la cruel guerra rusa—afgana había tenido su origen por culpa de la fiera: muchos opinaban que poseía poderes paranormales y que hasta había convertido montañas rocosas en castillos medievales. La CIA lo investigaba, también la Gestapo: Hitler había escrito innumerables artículos en su favor, alegando que la bestia pertenecía a una raza superior, inclusive, a la mismísima raza alemana a la que pertenecía. Walt Disney había hecho lo suyo pero se dio por vencido y suplantó a la bestia por otros personajes que con gran éxito lo soplaron a la gloria. En fin, la fiera era popular, muy temida pero amada, también odiada y respetada, esa fiera era más famosa que el mismísimo chupa-cabras.

Bernardo se había detenido, no era para menos, estaba frente a la famosa bestia universal, más conocida que Batman. Sentía el corazón en la garganta, hasta le costaba respirar, realmente estaba aterrado. Levantando los brazos en su dirección, le suplicó:
—¡No! ¡No me hagas daño! Tan sólo caminaba en busca de unos medicamentos.
—Grrr… —le seguía rugiendo la gran bestia mundana.
Y Bernardo retrocedió unos metros, tal vez cuatro, sin saberlo estaba bordeando el precipicio. Encima el riachuelo olía a mierda, a bosta, a desechos hospitalarios, era realmente desagradable, ni siquiera las moscas lo frecuentaban, era un riachuelo maldito; pero la fiera se le acercaba, tenía aliento y olía a perro muerto. ¿Habría devorado a un indefenso animal? Más que uñas tenía garras, eran unos dedos similares a los humanos pero las tenía desparejas y largas, muy largas y filosas, con tierra —o barro— en sus cavidades epidérmicas. Un gusanito asomaba por uno de sus colmillos, o dientes, hasta daban ganas de partirle la boca de un trompazo con tal de enviarlo a un odontólogo. Paradójicamente, Bernardo daba diente con diente, temblando de miedo:
—¡Por favor! —le suplicó otra vez con las manos enaltecidas—. Esmeralda, la gitana, necesita unos remedios o pronto morirá.
La fiera lo ignoraba, cada vez más próxima estaba. Bernardo no tenía más opción que retroceder unos pasos. Retrocedía y caían las piedritas por el precipicio. Ese riachuelo era como la boca de un volcán, lleno de peces muertos. Los argentinos no cuidaban nada, lo destruían todo, les agradaba vivir entre la mierda y respirarla. Casi dado por vencido, Bernardo sacó del bolsillo del pantalón una fotografía de la bella gitana y se la refregó en la jeta cual héroe que pretendía vencer al conde Drácula mostrando un crucifijo, y la bestia curiosamente comenzó a alternar su rostro, parecía un humano, un semental con sus aguerridos músculos y una sonrisa indefinida, hasta había cerrado la boca y ya no se veían esos dientes desparejos y cubiertos de desperdicios. Estaba sonriendo, fruncía el entrecejo y pestañeaba a gran velocidad, como aletas de un moscardón alertado, todo parecía indicar que la tierna imagen de la gitana lo había hechizado.


SEGUNDA PARTE


Y lo había hechizado porque los ojos de la fiera estaban fuera de órbita, desorbitados. Su piel tendía a resecarse cual naranja librada al sol de enero o febrero. Bernardo continuaba sujetando la fotografía. Se decía que la fiera disfrutaba devorar a los seres vivos. Un noticioso vespertino había informado, semanas antes, que la bestia devoraba todo aquello que se le cruzaba: vacas, jirafas, pumas, rinocerontes, chimpancés y hasta seres humanos, generalmente los prefería rubios y si tenían ojos claros pues ni los huesos escupía. Bueno, eso decían en todos los medios televisivos. La fiera no se castigaba con dietas, era obeso, de hecho tenía unos rollos en la cintura que si caía al riachuelo sobrevivía. Eso que el riachuelo olía a bosta. En fin, Bernardo alzaba las manos y seguía exhibiendo la imagen de la gitana. Esmeralda era su novia y estaba muy enfermucha, pobrecita, le dolía todo. Él caminaba a la vera del riachuelo en busca de unos remedios. Los médicos diagnosticaban su muerte a menos que le consiguiera los medicamentos pero lo cierto era que Bernardo no los hallaba, eran prácticamente inaccesibles. Claro, ahora entiendo, también se decía que la fiera los había masticado, a los medicamentos, que había invadido un laboratorio y que hasta había llevado a sus dientes todas las maquinarias y todos los operarios. También entiendo por qué tenía esa dentadura tan desprolija y decadente: la fiera masticaba fierros.
—¿Te gusta? —le preguntó a la fiera con un tembleque en las manos como si padeciera el Mal de Parkinson.
—¿Ella? —rompió el silencio con una voz ronca.
La fiera hablaba, no era un dato menor.
—Sí, ella —miraba su imagen—, ella es Esmeralda, la gitana.
Las babas de la fiera salpicaban el atuendo de Bernardo, porque Bernardo era bioquímico y trabajaba muy cerca del riachuelo. Era tan asqueroso su aliento que no tenía otra opción que usar la fotografía para taparse los orificios nasales como si fuesen barbijos.
—Me gustan sus ojos color esmeralda —opinó la fiera y besó la fotografía que Bernardo seguía sosteniendo para taparse la nariz.
—Disculpe, señor fiera, pero ¿qué hace en Buenos Aires?
—Buenos Aires me encanta —gesticulaba con pasión—. En este país existe la magia, abundan las gitanas.
Bernardo guardaba la fotografía en el bolsillo del pantalón, poco a poco estaba perdiendo su miedo. La fiera parecía inofensiva más allá de su fama caníbal, pero las preguntas huían de sus labios y lo obligaron a preguntar:
—¿Sabía usted que lo busca el F.B.I., la Interpol y la CIA? Lo van a asesinar.
—Sí, lo sé —masticaba un gusanito que buscaba huir de su boca—, pero es mentira, no soy culpable de nada. Simplemente he sido víctima de una falla nuclear. Era un hombre común, como vos, hasta que repentinamente, una tarde, la planta estalló, y con la planta estallé yo, mire cómo me dejaron esos sinvergüenzas. ¡Me han contaminado! Hasta mi novia me ha abandonado pero ahora vine por ella.
—Pero, ¿qué hace en este riachuelo? Respóndame, por favor.
Lo estaba zamarreando, ¡Bernardo lo agarraba de los brazos!, sacudiéndolo pero la fiera no se turbaba ni tampoco se ruborizaba, tan sólo se le acercaba, descansando las garras en sus hombros. Bernardo las sentía, de hecho lo estaban lastimando, esas garras eran tan filosas que le estaban perforando la ropa pero contenía su dolor, no quería intimidarlo, o molestarlo, o enfadarlo, según el caso.
—Ando por acá porque me gusta su fotografía.
—No entiendo.
—Me gusta su fotografía —señalaba la pierna derecha de Bernardo—. Me gusta Esmeralda.
—¿Perdón? —retrocedió un par de pasos y se detuvo porque tenía medio pie sobre el precipicio.
—Tuve una novia y se llama Esmeralda. La muchacha de la fotografía es Esmeralda, ella era mi novia y me abandonó cuando me contaminaron. Ahora vine por ella… a recuperarla.
Todo parecía indicar que la bella gitana había sido su novia. Esa bestia tenía razón, en Argentina todo podía pasar, hasta lo inimaginable, como esta historia que ya no sé cómo continuar pero…


...continuará




TERCERA PARTE Y FINAL


—Y bueno, señor fiera —le dijo Bernardo—, la verdad... no sé qué decirle, ¿es consciente de que tiene los pies puestos en Argentina?
La fiera lo miraba asombrado:
—He estado en países hostiles, ¿qué puede pasarme aquí? Billetera no tengo, no podrán robarme ni un centavo.
—¿Y de qué vive? Es decir: ¿cómo financia sus gastos?
—Eso es lo de menos. Se dicen tantas cosas de mí, hay un escritor que anda diciendo por ahí que me alimento de animales y seres humanos. ¡Qué imbécil!
¡Diablos! Dije yo desde mi departamento.
—¿Un escritor? —le preguntó Bernardo.
—Sí, un tonto que tiene un blog, encima es tan maricón que usaba un seudónimo para poder escribir. Ya me vengaré, rogará piedad ese imbécil.
—¿Juan Manuel Giaccone? ¿El mismo individuo que se hacía llamar Ernesto Ugarte?
—Sí… ¿lo conocés?
—Bueno, debo decirle que él dirige nuestros movimientos.
—¿Cómo es eso?
—Bueno, él nos creó a partir de dos fotografías pero tiene una cómplice, una tal Idoia que también tiene un blog. Pero, ¿usted no venía en busca de Esmeralda, la gitana?
—Ya no me importa esa ramera.
—Más respeto que ella es mi novia —le levantaba el dedo índice.
—Bueno, ya no me interesa esa dama.
—¿Entonces?
—Entonces nos vengaremos de ese tal Giaccone. Que se piensa, ¿qué es nuestro Dios?
—Podríamos llamarlo así, si fuera usted le tendría más respeto, si él quiere puede extinguirnos en un abrir y cerrar de ojos.
—Eso no es justo —cabeceaba la fiera, embroncándose—, deberíamos reclamar nuestros derechos en el sindicato de los personajes.
—Lamento decirle, señor fiera, que no disponemos de tal sindicato.
Y tras decir sus últimas palabras, Bernardo se quedó quieto, ni se inmutaba, estaba quietísimo, como una estatua, no parpadeaba y eso estaba llamándole la atención a la fiera, que lo veía y se preguntaba: ¿y ahora, qué le pasó?
—Vamos pibe, ¿estás bien? —le preguntaba desconcertado.
Pero Bernardo no respondía. Le pegó un cachetazo y nada. La fiera estaba incomodándose, tanto fue así que bostezó en su cara suponiendo que su mal aliento le quemaría las cejas y lo haría reaccionar pero no, Bernardo ni siquiera había pestañeado. ¡Eso que había escupido un gusano que encima se le había pegado en la nariz! Pero nada, Bernardo actuaba como una planta. ¿Y ahora qué harás, fierita? Le dije con la mirada incrustada en el monitor. Te habla Juan Manuel Giaccone, Juanma, tu creador, ¿me escuchás?
La fiera me buscaba, en realidad miraba hacia todos lados pero no me hallaba.
—¿Y fiera? —le pregunté con soberbia—. ¿Tenés miedo? ¿Sos peligroso? Yo te daré tu merecido, te tiraré al riachuelo y te pudrirás con toda esa mugre que la gente de Buenos Aires suele desechar. Ese riachuelo es más sucio que todas las cloacas del mundo. ¿Lo sabías?
¿Y saben qué? No lo empujé, me dio pena. Después de todo tengo piedad por mis personajes. Entonces le cambié la cara, lo operé quirúrgicamente, lo peiné y hasta le cepillé los dientes, los tenía blanquísimos. Sus gusanos eran historia. Parecía todo un galán, hasta le quité los rollos de la cintura y le corté las uñas de los pies. Él estaba chocho de contento. Daba por hecho que reconquistaría a su gitana pero algo inaudito tuvo lugar: me tomé unos minutos para preparar un cafecito pero cuando volví, y tomé asiento frente a esta computadora que materializa estas palabras, la fiera ya no estaba a la vera del riachuelo, se había ido pero me dejó una carta que pegaré a continuación y daré por terminado este relato para proseguir con las correcciones de mi novela. Aquí va, y los saludo de antemano porque los aprecio mucho, bueno, eso ya lo saben, será hasta la próxima, he dicho.


Juanma: debo decirte que me siento agradecido ante tanta generosidad, me has cambiado, me diste la cara que siempre quise recuperar, porque yo era un tipo lindo, como ahora, pero voy a arrojarme a ese riachuelo, me voy a suicidar, ya no quiero depender de tus ideas, siempre tan ocurrente, ¿quién te pensás que sos? Eso sí, ten cuidado, muchacho, algún día puedo resucitar y rogarás piedad, algún día dirigiré tus pasos. Por la gitana, no te preocupes, esa turra ya tiene otro, sólo que no quería que Bernardo lo supiera. ¿Qué harás con él? Lo dejaste petrificado, parece un resto fósil. Al menos ten piedad de él.
Hasta que la vida me resucite, o un buen escritor me dé a luz. Tu enemigo, la fiera.

http://ernestougarte.blogspot.com/

6 comentarios:

  1. Bienvenido Juan Manuel, Bernardo y "criatura"

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  2. Muchas gracias por la generosidad, don Fernando.
    Saludos a Bernardo. La fiera lamentablemente no resucitó, jaja.

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  3. Ya lo hará, Juan Manuel, tarde o temprano, lo hará.

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  4. Ya lo has resucitado, con leer sus últimas palabras podemos confirmarlo: la fiera dijo "hasta que un buen escritor me dé a luz", y vos lo has hecho. ¿Qué opinás?

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  5. "Buen escritor", sería un poco pretencioso, decirlo, aunque, ¿por qué no anhelarlo?
    Gracias, Juanma.

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  6. Gracias, Fernando, por re-postear la nueva versión. Un abrazo, camarada.

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