Encontré en el cuento una vía para expresar mis fantasías, mis sueños y mis inquietudes. El cuento nos da la posibilidad de vivir, compartir, describir, sufrir y disfrutar situaciones que la vida real no nos otorga.
Iré guardando en los en los anaqueles de este almacén, aquellos cuentos que llegaron a mis manos a través de un libro, o por sugerencia de algún lector amigo y que por una u otra razón me conmovieron
Iré guardando en los en los anaqueles de este almacén, aquellos cuentos que llegaron a mis manos a través de un libro, o por sugerencia de algún lector amigo y que por una u otra razón me conmovieron
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jueves, 4 de septiembre de 2008
Ruidos (de Buenos Aires)
Eliana me gritaba de lejos, agitaba sus brazos con fuerza, daba saltitos sobre el empedrado. Sus mejillas estaban de un color rojo intenso, su frente brillosa por la transpiración.
—No te entiendo —le gritaba desde la vereda de enfrente—. ¿Qué querés?
Las palabras eran inaudibles. Hubiera querido poder apagar con un botón el ruido ensordecedor de esa avenida, como con el del mute de control remoto. El arranque atronador del 60; la sirena histérica de la ambulancia, que zigzagueaba debatiéndose entre autos, camiones y varios peatones, que como es habitual, cruzaban sin respetar semáforos ni sendas peatonales; el caño de escape suelto del infaltable pistero de los viernes a la noche; las hordas de personas que, como hormigas espantadas por la inundación del hormiguero, emergían de la escalera del subte; el ansioso de rigor que no entendía, que por más que tocara bocina, la barrera que estaba a unas cuadras no se abriría hasta que pasase el tren; el cieguito (El ciego debe decirse, para no menospreciarlo, vio. Como me corrige siempre Judith) metiéndole con todo a una vieja guitarra criolla de Antigua Casa Núñez y cantando una irreconocible samba catamarqueña.
—¡Que desgracia! —pensé— Si hay alguna razón por la que me volvería a Diamante mañana mismo, sería para librarme de este bullicio. ¡Sí, señor! —Sentado en el patio de casa, cuando tomaba mate a la tardecita, podía escuchar el ruido de un caracol atravesando el cantero de los malvones. Como sería lo acostumbrado que estaba al silencio, qué si hacía calor y los grillos entonaban su chirrido característico, me resultaba incómodo, molesto, a veces insoportable.
Ahí nomás, cansado de tratar de adivinar que corno me decía Eliana, cruce la calle. Creo que no miré muy bien a mi derecha… Sí, porque como Cabildo es doble mano, si venía algún auto tenía que ser de mi izquierda, pero no calculé la posible intervención de la última de las plagas urbanas: las motitos del delivery. Eso sí, oí mis últimos dos ruidos: el ronquido frenético, tipo mosquito muerto de hambre, de la Vespa de dos tiempos y el golpe de su faro sobre mi retaguardia. Después, fue todo silencio, te diría que hasta la noche se me hizo más oscura. Alcancé a verla a Eliana de rodillas al lado mío, me hablaba. ¿Querés creer que aunque estaba muy cerca tampoco pude entender que me decía? Me pareció como si hubiera vuelto a mi casa, allá en el pueblo. Ni un ruidito escuchaba ahora, luces sí, pero ruidos nada. Ahora me sentía tranquilo. Cómo en paz.
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Etiquetas:
Fernando Murano,
MICRO-CUENTO PROPIOS
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sos buenisimo escribiendo
ResponderEliminarsegui asi
anonimo.
Hermoso cuento, si señor.
ResponderEliminarGracias por escribir.
Desde octubre 2008,no te veo.
¿Moriste?
No por suerte para mí, y desgracia para otros.
ResponderEliminarEstuve ocupado en otros menesteres.
ver noshanacido.blogspot.com
Gracias por tus comentarios