de Fernando Murano
Ese día había amanecido con un frío insoportable. En el campo suele hacer frío a las cinco o seis de la mañana, pero ese día parecía que iban a congelárseme los huesos. Digo los huesos porque en la carne ya había perdido la sensibilidad.
No sé si eso tendría algo ver con lo que iba a pasar un rato
después. Los expertos dicen que podría tener alguna relación. Yo me pregunto algo
al respecto. Me refiero a los “expertos” y no al frío. ¿Por qué carajo les
dicen expertos a unos cuántos tipos que, básicamente nos explican las cosas que
no sabemos, diciéndonos que es prematuro hacer conjeturas sobre la cuestión? Si
sos experto tenés que saber, macho, sino sos uno más de los mortales que
ignoran el 99,99% de las cosas que ocurren en el universo.
La cuestión es que, como todos los días a las cuatro y media
en punto, sonó el despertador unos minutos antes de que cante Gardelito, el
gallo más viejo de la estancia. Puse la pava y preparé el mate con la técnica
ceremonial que me había enseñado mi viejo el mismo día que cumplí los doce.
“Vení, Gerardo, que hoy empezás a ser un hombre de campo” me dijo desde la
cocina sin mediar siquiera un “feliz cumpleaños”.
Cinco en punto estaba subiendo a la Juanita ‑así le había
puesto mi hermano a la chata.- para poner rumbo al pueblo a comprar las
semillas en la forrajera. Si no quería hacer patinaje en cuatro ruedas, tenía
que tener cuidado con los surcos llenos de agua que había dejado la lluvia del
día anterior porque se habían congelado.
Aún no había clareado y la visibilidad no era la mejor. Iba
concentrado en evitar todo posible punto resbaladizo cuando casi desaparezco de
la superficie de la tierra, literalmente. Fue casi como una premonición, de
otro modo no entiendo como clavé los frenos y después de derrapar en el barro
unos 30 metros quedé al borde del precipicio.
Vea usted, si hay algo que es raro encontrar en la pampa son
los precipicios pero más raro que eso es que un camino termine en uno.
La camioneta había quedado con dos ruedas mirando hacia el
fondo del pozo más grande que había visto en mi vida. Si no estuviese seguro de
que, por la distancia que había desde casa a ese lugar tendría que haber
escuchado el estruendo del impacto, pensaría que había caído un meteorito de 30
metros de diámetro. Además, si hubiera caído uno, estaría en el fondo del pozo.
Gracias a Dios la chata es 4 x 4 y pude retroceder en
seguida. No sé cuánto habría resistido el borde del pozo hasta desmoronarse
llevándome a la Juanita y a mí a una muerte segura. Me bajé y me acerqué con
mucho cuidado hasta el cráter que se abría frente a mí, en el mismo lugar donde
unas horas antes solo había tierra y pasto. Decirle precipicio a un pozo de
10 metros de profundidad y 30 metros de
diámetro es un poco exagerado, sin embargo, no es exagerado decir que encontrárselo
en el medio del camino es acojonante.
Incluso diría que lo más acojonante no es el tamaño, sino el
ponerse a pensar cómo apareció eso ahí. La respuesta más fácil, y la que
primero me vino a la cabeza, es echarle la culpa a los extraterrestres, hipótesis altamente incomprobable. La segunda
que se me ocurrió, y que quizás sea la más probable, es que haya sido una falla
tectónica. Todos alguna vez escuchamos en un noticiero o estudiamos en el
colegio sobre este tipo de fenómenos naturales.
Mientras le daba forma a esa segunda teoría me sentí como
embriagado por la idea de encontrar algún otro tipo de explicación que quedase
a mitad de camino entre el delirio y la lógica, entre la fantasía y la ciencia,
entre las habladurías y los estudios científicos.
Cuánto me habrá extasiado la posibilidad de encontrar una
respuesta a semejante suceso, fuese natural o no, que durante toda la noche no
pude pegar un ojo. En mi cabeza iban y venían como alocados los pensamientos
más delirantes. Ideas estúpidas que daban paso a especulaciones perspicaces, pero
enseguida eran devoradas por pensamientos místicos que perdían fuerza cuando
aparecían hipótesis sesudas. Un torbellino de genialidades y tonterías por
partes iguales.
Cosas de ciencia ficción como que se había abierto un portal
dimensional que al cerrarse había consumido la masa equivalente al volumen del
pozo o que se había producido una falla gravitacional localizada. Otras
científicas, como que el agujero monumental había sido provocado por un eructo de
gases provenientes del magma del centro de la tierra. Algunas más afiebradas
como las de una manada de topos gigantes voraces y otras conspirativas como las
de un rayo desintegrador disparado por una nave yanqui ultra secreta.
Debo decir que varias veces retomé como posibilidad la
hipótesis del meteorito, pues el agua del fondo del pozo podría estar
ocultándolo, y hasta me dije que si no había escuchado el estruendo era culpa
del profundo sueño en el que me había sumido el guiso de lentejas y los dos
vasos de vino antes dormir.
En mis ratos de lucidez rogaba para que al día siguiente,
luego de que les avisase sobre esta misteriosa aparición, el gobierno mandara
los expertos que había prometido.
En fin, los expertos vinieron, y como dijera antes, nada explicaron. Es así como llevo más de tres meses haciendo elucubraciones y jugándome la cordura noche tras noche. Si alguien cree saber cómo se ha producido este pozo a escala de dinosaurio, le pido encarecidamente que lo escriba aquí debajo en los comentarios.
Mi salud mental se lo agradecerá.
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