Encontré en el cuento una vía para expresar mis fantasías, mis sueños y mis inquietudes. El cuento nos da la posibilidad de vivir, compartir, describir, sufrir y disfrutar situaciones que la vida real no nos otorga.

Iré guardando en los en los anaqueles de este almacén, aquellos cuentos que llegaron a mis manos a través de un libro, o por sugerencia de algún lector amigo y que por una u otra razón me conmovieron

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jueves, 26 de mayo de 2011

La furia es un enojo exagerado

de un escritor invitado: Cirilo Guillermo Lucero

Mi hermana Segismunda está que bufa. Le salen chispas por los ojos. Entró pateando el perro que estaba echado a la entrada de la puerta. Ni el gato se salvó; le puso con el bolso por las costillas, y el pobre pegó un salto y casi queda colgado del techo. No me animé a preguntarle por mis caramelos, así que le pregunté la causa de su enojo; me miró como vaca brava y me dijo: a usted que le importa mocoso de mierda. Le pregunté por preguntar porque yo se bien lo que le pasa. La Juliana, que vive acá al lado, le ha asegurado que su marido le pone los cuernos. Yo estaba atrás del cerco cuando se lo dijo. Pero me hago el sota aunque me diga mocoso de mierda, total, mientras me siga trayendo caramelos cuando está de buenas… Me imagino la que se arma cuando venga el Pedro. Pedro es su marido. Siempre se hace el bolu cuando ella lo encara con los celos.


La Segis se encerró en el cuarto con el palo de amasar y ese otro mango que tiene para sacar las pizzas del horno. Lista para la recepción del Pedro que está al llegar. Bien armada está la Segis mientras taconea fuerte por el cuarto. Pienso que cuando entre el Pedro, ¡¡paf!!, así, de una, sin decirle agua va, agua viene. A la lona el Pedro. Pero no. No es la primera vez. Por mi parte ya estoy acostumbrado. Siempre igual. Entra el Pedro y empieza con la labia esa que tiene, como vendedor de micro, y habla y habla y habla, y la Segis cada vez bufa menos, menos. Una vez arrimé la oreja a la puerta. Ya había dejado de bufar la Segis, y escuché que el Pedro le hablaba de un palacio, de un MW, de un yate, del caribe y no me acuerdo de cuántas cosas más y la Segis ¿cierto, Pedro? ¿Cierto? Cuándo Pedro, cuándo. Y el le dice que aguante un cachito, que ya se está por dar. Y ella, ¡Ay, Pedrito! Y le alcanza un mate. ¡Una labia, el Pedro!

Pero hoy es diferente, porque se lo dijo la vecina, que era una cornuda. Así que el barrio la debe estar destripando de a poquito a mi hermana y eso no lo puede tolerar. Seguro que esta noche la liga el Pedro. ¡¡Paf!! ¡¡Paf!! Para que tenga le van a dar. Está armada hasta los dientes la Segis.

Llega el Pedro y me dice: “Qué hacés purrete” ¿Alguna novedad? Puff, le digo mientras lo miro como si fuera la última vez que lo veré así, enterito. Y entra con seguridad al cuarto donde está por desatarse la guerra de las galaxias, ni se imagina que no está la Segis. Lo que va encontrar será un ser del planeta de los simios con el palo de amasar en la mano. Pero no, entra y escucho que le dice: “Hola, mi amor” y cierra la puerta. Y empiezan los gritos de mi hermana; grita, grita y grita y él habla, habla y habla; tranqui habla. No percibo lo que se dicen. Pego la oreja a la puerta y oigo que ella le dice algo que no entiendo Y el Pedro sigue hablando, hablando, tranqui habla mientras la Segis cada vez grita menos, menos. Y luego le dice, ya calma, “Ya la voy a agarrar a la Juliana”. Vivo el Pedro.

Al otro día, cuando se levanta el Pedro y se va a trabajar le pregunto que qué pasó, del motivo de la furia de la Segis. Se da vuelta y me dice: “Anotá bien lo que te digo purrete: la furia, es un enojo exagerado”. Qué lo parió, ¡Una labia tiene!

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