Un cuento que voy a llevar siempre, como a mi amigo, en mi memoria y en mi corazón.
Se lo digo a la Mari todo el tiempo, no puedo entender lo del Tano. Mirá
que pienso y pienso y no me entra en la cabeza, es una locura, es una
injusticia, qué se yo, hay tanto hijo de puta por ahí, viviendo lo más pancho…
Y sí, a mí me afectó mucho lo del Tano.
¿Sabés lo qué pasa?, que desde que lo conocí en el almacén de don José
fuimos muy unidos, es una cuestión de piel, nos dirigimos unas pocas palabras y
ya sabíamos que seríamos grandes amigos. Él me lo confesó después, fue ese día
que cerramos el almacén y nos tomamos el bondi para ir hasta Güerin a comer
unas porciones de muza (porque el Tano jodía siempre con que la pizza esa era
única y que no podía ser que yo no la haya probado). Mientras circulaban las porciones
y la birra tirada, hablábamos de todo: de la vida, de la infancia, de fútbol,
de Huracán, de minas, qué se yo, de todo. Ahí me lo dijo y me sorprendí, porque
yo había sentido lo mismo, porque es como una especie de visión, como si
hubiéramos sido amigos desde pendejos.
También me dijo que sólo le había pasado una vez cuando era pibe. Tenía
trece y había conocido al Luisito en un veraneo, porque los viejos alquilaban
siempre carpa en el balneario Atlántico
de San Clemente y ese año los viejos del Tano habían alquilado la carpa de al
lado, y el mismo día que llegaron, ahí estaba el Luisito, haciendo jueguito con
una pulpo, y apenas vio que se instalaba, lo invitó a jugar unos tiritos en la
orilla. Y así, verano tras verano construyeron una amistad que llegó más allá
de las vacaciones, tanto es así que hoy con el Luisito somos grandes amigos también.
El quedó tan hecho mierda como yo, mirá que en tantos años nunca nos mamamos,
que tomábamos mucho, no lo niego, pero nunca, nunca nos pusimos en pedo, y
últimamente ya lo tuve que llevar a la casa dos veces totalmente escabiado. Pero
lo entiendo, eh, porque si yo no me mamo es sólo porque me apolillo antes.
Me acuerdo el primer día que
entro a laburar en el almacén, yo estaba cortando fiambre para doña Rita y
viene don José y me dice: “Pibe, te presento a Valentino, el hijo de la Rosina,
te va a dar una mano para atender”, y el Tano de entrada nomás me hizo cagar de
risa, mientras el viejo hablaba, él hacía que se desenroscaba una mano y me la
daba. ¡Ay, qué hijo de puta, siempre jodiendo! Pero bien, eh, porque jodía todo
el tiempo pero cuando tenía que laburar era una bestia. Cuando llegaban las
fiestas y caían los camiones llenos de sidra, champán, pan dulce, turrones y
qué sé yo cuántas otras boludeces, nos quedábamos hasta las once, las doce,
dale que dale, hombro a hombro. Y aquella vez que a don José se le ocurrió que
tenía que comprarle a un amigo toda la producción de naranjas de una quinta de
San Pedro… ¡Cómo puteó el Tano cuando llegó el camión lleno de cajones! Pero al
viejo no le dijo ni mu, puso el hombro y le metimos hasta las tres de la
matina.
¿Y con las minas? ¡Ah, que
recuerdos! ya habíamos salido con todas las pibas del barrio. Teníamos un
código, si entraba una y uno de los dos le había echado el ojo decía: "me
podés ir a buscar las latas de tomate al sótano", y mientras el otro
desaparecía este se quedaba "atendiendo" a la minita. Claro, el
problema era cuando nos gustaba a los dos, entonces prevalecía el más rápido,
el más despierto. Igual, jamás nos peleamos por una mina, ni siquiera se nos
pasó por la cabeza. Pero un día se nos acabó el jueguito... No me voy a olvidar
más cuando conoció a la Rosita. Qué linda que estaba ese día, con esos faroles
verdes, pollera roja, blusa y zapatos blancos y un moño rojo que le agarraba el
pelo tirante. Apenas entró, el Tano cogoteó por encima de los quesos y se
enamoró. Sí, amor a primera vista. Yo no creía mucho en eso del amor a primera
vista pero el Tano quedó enloquecido, con decirte que estaba tan conmocionado que
a la Rosita la tuve que atender yo, la piba se dio cuenta y se puso colorada.
Al día siguiente cuando volvió la piba la atendió él, a los dos minutos la
estaba haciendo reír como loca. A la semana ya la había invitado a salir y se
habían puesto de novios, a los cinco meses se comprometieron y al año y medio
se casaron por iglesia. El Tano era así, no andaba con vueltas, siempre a
fondo.
Cuando lo conocí al Tano no era
muy creyente, como yo, bah. Siempre me decía: “y algo superior debe haber” pero
no lo tenía muy claro, sus viejos eran católicos y él bautizado, pero no le
venían muy bien los curas, les tenía bronca. Pero el día que se desbarrancó con
el Fiat 600 en un camino de ripio de Córdoba todo cambió. Me contó que,
mientras el auto daba vueltas como un lavarropas, lo único que se le cruzaba
por la cabeza era pedirle a Dios que lo salve, y mientras los bomberos (que no
podían creer que estuviese ileso) lo sacaban de entre la maraña de fierros juró
que no faltaría a ni una sola misa. Y así lo hizo, che, encontró un grupo en la
parroquia de acá a la vuelta y cumplió con su promesa. A partir de ahí, día por
medio, me rompía los quinotos para que vaya. Pobre, siempre se preocupó por mí
y yo lo único que hice fue sacarlo vendiendo almanaques, una y otra vez. Hasta
que se enfermó. Mirá, digo “se enfermó” y ya se me humedecen los ojos, se me
hace un nudo en la garganta.
Cuando se enfermó —otra vez lo
digo, la pucha— tenían cuatro pibes con la Rosita. Me acuerdo que se había
hecho unos estudios porque andaba medio mareado, vino y me lo dijo así nomás, sin
anestesia: “Flaco, tengo la papa”. ¡Ay, la puta madre, lo que lloré ese día!
Con decirte que él terminó consolándome a mí, ¡él, que tenía que estar
destruido! Ya desde ahí que mucho no entiendo. ¿Vos te crees que cambió su
sentido del humor? Un carajo, siguió igual o peor, jodía con los clientes, con
el pibe del reparto, conmigo y hasta lo hacía reír a don José, que ya es
bastante decir. Eso sí, en ese tiempo, cuando se enteró de la enfermedad, no
andaba muy bien con la Rosita, me contaba todos los días que discutían por
cualquier boludez, que no se tiraban los platos porque no tenían plata para
comprar otros, que si no se separaban era por los pibes. Pero apenas le dijo lo
del cáncer a su mujer, todo cambió. Me
contaba que Rafael, el cura de la parroquia, los ayudó mucho, les decía —y esto
la verdad que a mí no me entra en la cabeza— que la enfermedad era una gracia,
que Dios la había permitido para que ellos pudieran amarse, reconstruir su
matrimonio. “¿Qué boludez es esa? ¿Cómo
Dios se la va a agarrar con este pibe que es más bueno que el pan?” pensaba yo,
aunque a él no le decía nada. La verdad es que, boludez o no, a partir de ese
momento, su relación con Rosita cambió totalmente, no te voy a negar que al
principio les fue difícil, que ella estaba preocupada y angustiada, pero de a
poco la cosa fue cambiando, con decirte que ella dos veces por día pasaba por el almacén para
ver como andaba el Tano y le traía unas barritas de ese chocolate que lo volvía
loco, le dejaban a los pibes a la vieja de ella y se iban al cine, a comer
afuera, al teatro. ¿Qué carajo estaba pasando? Este tipo que tendría que tener
el ánimo por el suelo, estaba tranquilo, contento cada día por estar vivo y
disfrutando de una nueva luna de miel con su señora y de cada segundo
compartido con sus hijos. Un día lo agarré y le pregunté si no estaba loco
—porque hay que estar chiflado para tener cáncer y vivir como si nada—. “¿Vos
te crees que no tengo miedo de morirme?... estoy cagado hasta las patas, pero
todos los días, después que rezamos con la Rosita a la mañana y a la noche, no
sé, es como que me vuelve el alma al cuerpo, pienso en el cielo y se me va el
miedo”. Cuando vino y me contó que el doctor le dijo que había una remisión
total del cáncer pensé que de verdad Dios existía y que el cura tenía razón,
que todo había sido para que su matrimonio cambiara. Por eso cuando, seis meses
después, le volvieron a dar mal los análisis se me vino la estantería abajo. En
sólo un mes cayó en cama y no pudo volver al laburo.
Le pedí permiso al pobre don
José y casi que me quedé a vivir en el
hospital, un poco para estar con él y otro para darle una mano a la Rosita.
Qué querés que te diga, yo estaba hecho mierda, y el médico nos decía que le
digamos que ya está, que como mucho va a vivir un par de días más. Y no
entiendo, ahí estaba tranquilo, mientras le contábamos que chau, que se
terminaba, que no había nada más que hacer, y él sereno, y yo con una angustia
que parecía que era yo el que se iba morir. Nunca voy a poder olvidarme de
cuando la Rosita lloraba a moco tendido y él le preguntaba por qué lloraba y
ella le decía que porque lo veía sufrir y él le contestaba que más había
sufrido Jesucristo por él. Yo nunca entendí esto de la religión, pero si
existió un hombre con fe, ese fue el Tano, si hasta se despidió de sus hijos
diciéndoles que no se olviden nunca de Dios, que Dios era fiel.
Como dije desde el principio, yo
no entiendo por qué se me lo llevaron al Tano tan pronto, por qué un tipo tan
bueno, tan compañero, tan fiel, tiene que dar las hurras sin haber vivido, ni
siquiera, la mitad de una vida como la gente. Lo único que yo sé es que quiero
ser feliz con mi familia como lo fue el Tano con la suya, vivir cada día como
vivió el Tano los suyos y cuando me muera quiero morirme como se murió el Tano.
El Luisito me dice que no sea tan
boludo, que me dé cuenta que el Tano era así porque creía en Dios, porque creía
en que la vida no se termina con la muerte. Y no sé, puede ser, qué se yo… lo
extraño tanto al Tano que soy capaz de creer que hay otra vida con tal de
volverme a juntar con él y charlar de lo que vivimos juntos, y cagarnos de risa
de boludeces y hacerle jodas a Don José y comer un cacho de pizza. Y no sé, soy
capaz… con tal de volverlo a ver, soy capaz…
Escrito en memoria de Daniel Menéndez.
El Tano por Fernando Murano se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en fernandomurano.blogspot.com.
Gracias por tus palabras, Daniel. Y espero que yo también pueda ser, aunque sea, un poquitito de lo que fue "el tano".
ResponderEliminarA veces la fe completa vacíos que nosotros, los seres humanos, no podemos completar.
ResponderEliminarMuy bueno tu escrito. Estaría bueno que te integres un poco con otros blogs para que puedan apreciar tus creaciones.
Saludos!
Quedó muy bueno, se nota el sentimiento y la pasión que le pusiste, dan ganas de haber conocido a este personaje . Me gusta la idea de pensar que "El Tano Daniel" te ayudó a escribirlo desde donde está.
ResponderEliminarMuy buenos cuentos.Excelente blog y pleno de creatividad.
ResponderEliminarSaludos afectuosos
Raquel Luisa Teppich
Muy bueno Fernando, conmovedor. Hay que agradecer el acercarse a gente que uno llega a querer tanto y poder experimentar esa amistad que deja tantas cosas buenas para el alma.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Jose Luis Q.D.
Increíble.... Es realmente hermoso. Excelente.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar